De palique con Kike 9



(Artículo publicado en revista ‘Ñaque’, Ciudad Real (España); nº. 16, octubre 2000)



UN JUEGO EN NUESTRO ESCENARIO


Entresacando un poco entre tanto aleccionamiento, moraleja y concepto trillado.


         ¡Qué jóvenes éramos, Kike y qué encendidos! Aún recuerdo aquel sublime sentimiento; aquel quedarme prendido de un no sé qué. Ignoro si alguna vez en tu vida te ha pasado, Kike. No es que me hubiese ocurrido en demasiadas ocasiones, pero alguna recuerdo, aunque no que alcanzase la intensidad de la que te cuento ahora. De verdad de la buena, de joven, Kike,  muchas veces leía sin enterarme de lo que leía, pero con la sensación de que una comitiva de sentimientos hormigueaban mi cuerpo. Ya me había pasado, como te digo y reconozco, pero no como en la oportunidad que estoy evocando. Nunca, que yo recuerde.
         Verás tú, la cosa es que llevaba ya varios días leyendo y releyendo, no un libro, sino el comienzo de un libro, sin enterarme. Tampoco libro: proyecto, un puñado de folios. Sobrevoladas –no me voy a atrever a decir que leídas- las dos primeras páginas, me tenía que preguntar en cada trance, qué es lo que había estado leyendo, qué es lo que estaba sucediendo en esa parte de mi cerebro que piensa por mí; a veces, contra mí. Qué sucedía en esos recovecos que me obligaba a frenar, echar marcha atrás y reemprender la lectura; qué es lo que me producía la mala conciencia de no haberme enterado bien, de no haber aprehendido algún tesoro oculto, algo que no se me desvelaba del todo; que solo se asomaba en forma de promesa de que allí o por allí existía un enigma. ¿Te ha ocurrido esto alguna vez, Kike? ¡Contesta! Es normal que, avanzadas algunas líneas o quizás páginas, adviertas que no te has enterado de qué va la película, sobre todo, ahora que el cuerpo es otro, que se adormece con cierta facilidad y te distrae, pero un caso como aquel que te quiero exponer, con la juventud que yo lucía por entonces, es ya otro cantar: yo estaba notando que en aquel fragmento literario había ese no sé qué yo que se dejaba leer más allá de la lectura y que, sin embargo, pertenecía por entero a lo escrito.
         De esto que te estoy explicando hace ya más de veinte años. Miguel Cobaleda me había mandado una fotocopia de ‘Más allá del Laberinto’(1), una obra  de teatro escolar que había escrito para que Mony, su mujer, la montase con los niños de la escuela María Díez de Muñoz de Béjar. La obra trata sobre el mito de Teseo y empieza con Teseo dormido y su madre, Etra y su abuelo, Piteo, que lo están contemplando y no se atreven a despertarlo por temor a lo que intuyen que aquel niño pueda ser al despertarse.
         No recuerdo cuantas vueltas le di a aquel circuito de escasas páginas, hasta que un relámpago o el desgaste de la costra que impedía mi entendimiento, dio su fruto más por puro machaque que por otra cosa. Merecimiento o no, había descubierto, por lo menos,  lo que me subyugaba: Miguel, el autor, se había lanzado a la piscina y le estaba planteando a los niños un tema que es tan tema y tan importante para un niño como para un adulto; de hecho, si para un niño es un grave problema que no le ‘permitan despertarse’, para muchos adultos se convierte en un enorme rompecabezas conseguir la clarividencia de permitirlo.
         Me había dado mucho que pensar la aventura que aquel pasaje de la obra proporcionaba. Estábamos ante un autor que, dejando aparte viejos lenguajes, se decidía a hablar de tú a tú a los niños, planteando un tema común entre niños y adultos, aunque con matices según de qué lado sea contemplado.
         La cuestión es, querido Kike, que por fin pude acabar de leer la obra, viéndome impregnado y enterado de aquella invitación de Miguel. Sublime invitación a su fiesta contra el aleccionamiento, la moraleja y el concepto trillado con los que constantemente se insulta la inteligencia de los niños.
         Y está visto que, para evitar ese azote [el del aleccionamiento, la moraleja y el concepto trillado], no hay nada como tratar de tú a tú y poner sobre la mesa temas comunes, sin complejos. A lo que añado: 
Y proponer el ejercicio de deambular por el tema, sin demasiadas pretensiones previas, sin decir cómo se deberán conducir [aleccionando] ni prever consecuencias [dictando moralejas] ni forzar esquemas ni conceptos prefabricados o masticaditos, rastreando el escenario de los hechos y artificios y convirtiendo el rastreo –ese arrastrar los pies por el concepto- en un juego sobre el escenario de teatro.
Creo que esto lo sabes mejor que yo:
Dale al niño una situación y un asunto  y deja que deambule por ellos, pisándolos o lo más aproximado a pisarlos, que, siempre que resulten atractivos, ya extraerá él sus propias conclusiones, que también las extraerá siendo espectador, si las referencias están bien trabajadas y desarrolladas con ese desparpajo que luce normalmente en la interpretación de actores infantiles.
Pero, volvamos a ‘Más allá del Laberinto’. Aquella secuencia había provocado en mí una convicción o quizás había logrado rescatarla del más profundo pozo de mis convicciones, de esas convicciones que hasta uno ignora de sí mismo. Lo cierto es que, a partir de ahí, me animé a escribir algunas escenas de este corte y hasta alguna obra entera, como ‘Jonás, Jonás’(2), de la que no voy a hablar ahora, porque de la que te voy a hablar de nuevo, Kike, es de ‘Historia de una cereza’, ya que una de sus escenas viene al pelo para ilustrar lo que te quiero....
         ¡No te vayas, Kike! ¡Que no te vayas! Ya sé que conoces ‘Historia de una cereza’ hasta el aburrimiento y que poco o nada más te puedo decir sobre ella. Recuerda que quedamos en que siempre te hablaría de mis cosas. ¡Así que, quédate y escucha! Además, te quiero hablar hoy de un fragmento que quizás no conozcas porque, en gran parte, no aparece en la edición, aunque ya estaba incluido en la obra en el momento de la publicación. ¡Qué se le va a hacer! La escena está incrustada  en el mismo umbral de la historia contada y es muy elemental: un principito y otro niño están jugando a las canicas. Los actores interpretan su papel ejecutando los movimientos típicos de los lances del conocido juego y su diálogo no es otro que el relacionado con las tretas propias del juego en cuestión.
Sonarem IV.- ¡Chitón! He dicho que me toca a mí… ¡Y me toca a mí! ¡Pam! ¡Ay, casi la toco! Ha ido de un pelo. (Consejero se sitúa al otro lado para tirar. Sonarem se le pone delante) ¡Aparta!

Sólo que el principito abusa constantemente de su condición,
Consejero.-  ¡Pam, pam! ¡La he tocado! ¡La he tocado!
Sonarem IV.- ¡Cómo! ¿Quién te dice a ti que la has tocado? ¡Dime! ¿Quién te lo ha dicho? ¡Venga, aparta!
Consejero.-  Es que…
Sonarem IV.- ¡Es que, es que! ¡Tú no has tocado nada! ¿Entiendes? En cambio, yo… ¡Mira! ¡Pam! (No se oye el segundo pam, que tiene que ser el del choque de las canicas) ¡La he tocado! ¡La he tocado!
Mientras que su compañero se lamenta de su otra condición, la de perdedor de circunstancias.    
Consejero.-   ¡Eso sí que no! ¡No estoy de acuerdo! (Solloza) Yo quiero tirar… No tiro nunca… ¡Déjame tirar!
        
         No me voy a poner pesado. Está claro que estamos hablando de abuso de poder y hablar de abuso de poder, ya es hablar... y, sin embargo, se puede constatar que es un tema que los niños dominan. Es, en definitiva, una situación archiconocida para un niño:
(a)  Porque en el juego habrá protagonizado el abuso de poder en más de una ocasión.
(b) Porque en el juego lo habrá sufrido alguna vez en sus carnes.

         Y así discurre la escena, más que hablando, ejecutando los gestos típicos del juego, deambulando por la idea propuesta, con el dominio lógico que el niño actor tiene sobre semejante situación (El juego de las canicas), hasta que, en un momento dado, tanto el principito como su compañero de partida, se convierten en adultos; el primero en rey, un rey borde, dicho sea de paso, y el segundo, en consejero y a partir de ese instante, la relación de abuso de poder se perpetúa entre ambos, pero con el rigor más aparente entre los adultos. En ese ahora distinto no se trata ya de perder la preciada canica de hierro o la de cristal, sino que ‘te cortan la cabeza y ya está’, como el propio Consejero reconoce.
         A lo que íbamos, Kike. ¿Qué se pretende proponer en esta escena?
1.    En primer lugar, propiciar la navegación por un tema de la envergadura del abuso de poder, porque este del ‘abuso de poder’ no es un asunto baladí ni de escaso nivel de reflexión.
2.    Un tema que es común a niños y adultos.
3.    Diseñar la propuesta de forma comprensible para el niño.
3.1.                    Apoyándonos en una situación sobradamente reconocible por él, ya que seguramente la ha vivido, como decíamos, por activa y por pasiva.
3.2.                    Dotándola de un tránsito que enlace desde el abuso de poder en el niño hacia el abuso de poder entre los adultos, haciendo que en la misma escena dos niños que viven la situación de abuso se transformen en adultos que siguen protagonizando la continuación del abuso.
3.2.1.  Que, además, se le presenta al niño como un problema muy creíble, cuando, transportado de infancia a edad adulta, permanece, causándonos la sensación de que también los mayores caen en él, como pasa en el día a día de nuestra absurda realidad. ¿O es que el niño es tonto?
3.3.                    Ejecutando todos los gestos exigidos en un ritual –un juego- que contiene este comportamiento de abuso. Pisando, prácticamente, ‘el asunto’ que estamos tratando. Abusando de poder de rodillas, en cuclillas, lanzando la canica, etc.
4.    Sin ofrecer mayor conclusión que el propio acto de deambular por ‘el asunto’, dejando que esa faceta de las conclusiones forme parte del ejercicio y del propio itinerario del pensamiento de los participantes.
5.    Brindarnos una situación ágil y divertida,
5.1.                    con ciertas dosis de ironía y complicidad con el público, que normalmente conoce también y tan bien los pormenores de este juego o de otros donde aparezca un esquema de abuso de poder semejante.
6.    Elaborar una forma de plantear la dramaturgia y de sugerir la interpretación, nacida como respuesta a la moraleja, al aleccionamiento y al concepto trillado.
6.1.                    Déjale, decíamos, al niño una situación y un asunto entre sus manos para que deambule por ellos, pisándolos o lo más aproximado a pisarlos, que ya extraerá él sus propias conclusiones, hasta lograr sorprenderte.

En Cataluña, Kike, al abusón le llamamos abusananos. ¿O nos llaman? Porque ahora mismo, ¡fíjate!, quizás yo esté abusando de la posición que me concede escribir un artículo. En todas partes cuecen habas  y a todos nos gustaría tener un primo como el de Zumosol, ¡que ya son ganas de abusar! Sin embargo, la situación siempre es la que es y aquí no se debe aleccionar a nadie ni servir ninguna moraleja –evidente, por lo menos-, además, el asunto, el abuso de poder, no es un tema trillado y, encima, hemos propiciado que los participantes deambulen a sus anchas entre y sobre este concepto sin que nadie nos lo haya trillado; trillándolo nosotros, lanzando la canica, afinando la puntería, en cuclillas, caminando ávidos tras y más allá de la bola. ¿Quiere esto decir que hemos logrado desterrar la tan horrible lacra del aleccionamiento, la moraleja y el concepto trillado?
Ni mucho menos. Nadie puede ocultar tanto sus preferencias ni la rara tendencia a dictar a los demás por dónde, adónde, cómo y cuándo. Es una gran tentación, desde luego, difícil de soslayar y como que los niños nos tienen que atender por narices... Como comprenderás, Kike, encima aún falta por saber qué es lo que harán los maestros, directores y actores con el texto, porque aleccionar, machacar con moralejas y trillar conceptos se hace, tanto o más que desde el texto, desde otras vertientes teatrales y escolares; sólo que, desde el texto, se nota más, porque queda... queda escrito.
En cualquier caso, si no desaparece del todo, por lo menos, con la propuesta en la que hemos entretenido nuestra conversación de hoy, este problema se atenúa; pasa a un segundo plano, dada la situación planteada desde la estructura dramatico-pedagógica que propone el texto.
¿Qué es esto de estructura dramático-pedagógica?, Kike, me preguntas, mientras clavas en mi pupila... ¿De qué estamos hablando, Kike? No hemos estado hablando de otra cosa, al exponer, apoyándonos en un juego sobre nuestro escenario, una estructura de dramatización más allá del mero empeño literario; una estructura que propicia una puesta en escena ágil, con ese desparpajo sustentado en unos movimientos, actitudes y comportamientos que los ejecutantes conocen, dominan; sobre los que pueden desarrollar su interpretación y con los que poder enriquecerla, mientras se les ofrece la oportunidad de experimentar con el asunto entre bromas y cabriolas y así, de paso, evitar en lo posible los aleccionamientos, moralejas y conceptos trillados con los que se les intenta nublar el entendimiento.
Porque, a mi parecer, de eso se trata, Kike, amigo mío: de servir el panorama de la manera más expedita posible y, a la vez, interesante, para que el niño-actor haga él el trabajo de entenderlo mejor; en la convicción de que en este trabajo ‘para entenderlo mejor’ reside una parte importante de la labor de interpretación. Si no se entiende lo que se representa, difícilmente se puede interpretar bien. Por otro lado y ya desde la vertiente pedagógica, qué otra cosa mejor se puede hacer que ejercitar el entendimiento, practicar los procesos que nos conduzcan a comprender más y mejor.
Hablando de comprender, como comprenderás, todo esto da para otra carta, por lo menos; por lo tanto, si me lo permites, vamos a dejarlo aquí, de momento. Así que, después de haber desguazado un poco más ‘la cereza’, aprovecha la oportunidad para enviarte un fuerte abrazo tu seguro servidor,
Miguel Pacheco Vidal


(1) “Más allá del laberinto”; Miguel Cobaleda Collado; Colección 'Teatro EDB'- EDICIONES DON BOSCO.- Barcelona, 1.981
(2) ‘Jonás, Jonás’; Miguel Pacheco Vidal; Colección 'Fuente Dorada'-  Valladolid, 1.988