De palique con Kike 6

(Artículo publicado en revista ‘Ñaque’, Ciudad Real (España); nº. 13, febrero 2000)

¿QUIÉN TEME LA PALABRA DICHA POR OTRO? – [I]
El Teatro es una potente herramienta para navegar y estimular la navegación por el mágico e inmenso océano de la cultura. Su palabra, la del acerbo cultural, se revive en el escenario, convirtiéndose en eterna. Es una oportunidad única. ¿Qué temor puede causarnos?

1.- LA TRAMOYA EN LAS VENAS
            Oye, Kike. Yo soy tramoyista y tú, ¿qué eres? ¿También? Pues, yo soy tramoyista desde los doce o trece años, cuando un memorable profesor lo creyó conveniente. Era una maravilla aquel hombre. Conocía mis ganas de participar y comprendió, seguramente que con gran acierto, que lo mío era el Teatro, desde luego, pero que desde algún cometido indirecto, por llamarlo de alguna forma; nunca en la boca del escenario, a la vista del público. ¿Por qué? ¡Vete tú a saber!, aunque me lo imagino... Lo cierto es que mi labor teatral (y escolar también) comenzó encaminada hacia la parte oculta del espectáculo. Soy pues, aquella mano  que no se ve o parte de ella; que no se ve pero que se intuye y, desde entonces, nada o casi nada de lo que hago –valor real aparte- tiene apariencia, pero por allí estoy, por allí me encontrarás si me buscas. Tú me entiendes. Si hubiese sido Antonio Molina, andaría cantado “Soy tramoyista”, pero no “porque a mí me da la gana”, sino “por uno de aquellos avatares de la vida”.
            Ya lo ves: soy tramoyista; en realidad, me hicieron tramoyista y, desde el momento en que me hicieron, me dedico a contemplar desde “cajas” la función (léase Teatro con mayúscula). Sospecho que como tú. ¿Me equivoco, Kike? Entonces, ¡no me digas!, ¿tú y yo somos unos voyeurs? Quizás sea así, aunque me parece que no, porque, entre el tramoyista y el mirón, existe una clara diferencia: que el tramoyista aunque también mira, aunque observa también, lo hace con la intención de echar una mano, por intervenir si cabe, para cambiar el decorado a tiempo, para evitar o proceder a la reconducción de imprevistos...
                        En cualquier caso, no es de extrañar, Kike, que, para mí, la labor de la Tramoya sea una especie de obsesión y que, por eso, le dedicara en su día una obra de teatro(1) y una propuesta de actividad para llevar a cabo la puesta en escena de la obra, poniendo por delante la intervención de los tramoyistas en el escenario como si fuesen unos actores más dentro del espectáculo(2). Basándose en esta idea de intervención de la Tramoya en escena y a partir de otra obra, aquí, en Barcelona, Josep Mª. Font desarrolló un proyecto escenográfico, que a mi entender fue mucho más allá de mi propuesta.
2.- BOMBEROS TEATRALES
                        ¿Bomberos? ¡Eso es...! Lo que pasa es que tú y yo en realidad no somos tramoyistas; somos bomberos del teatro. Cada uno a su manera, pero bomberos. Por eso, aunque hayamos escrito un manojillo de obras, no se nos puede llamar autores, ya que hemos escrito para tapar algún agujero, alguna vía de agua en nuestra navegación teatral. La tuya, la más clara, materializada en una Escuela de Arte Dramático y años de dale que te pego en el páramo leonés; la mía, en el territorio de la educación, reclamando atención y respeto hacia la tarea de los autores teatrales y proclamando hasta la saciedad la conveniencia de utilizar el texto teatral, tanto en el aula como en el escenario.
También he actuado alguna vez, no te creas... He hecho de Santo Domingo Savio, nada menos. Fue en una oportunidad en la que el mismo maestro tomó una decisión imprevista a todas luces y ahí se acabó mi carrera interpretativa: por lo visto quedó claro que no era lo mío y a la siguiente ocasión volví a la trastienda. Aquel buen hombre, entre enternecido por mi voluntariosa y constante colaboración y un poco apenado por haberme mantenido durante tanto tiempo en el lado invisible de la experiencia teatral, me concedió la oportunidad, como a ‘El Platanito’. Bello gesto, bello, desde luego, pero se equivocó, a mi parecer, al hacerme pasar de golpe de la trastienda al protagonismo más radical, Santo Domingo Savio, ejemplo y guía, ¡qué responsabilidad para un niño! Aparte del tortazo que me propinó un compañero que hacía de niño malo y con las ganas que me lo pegó...
3.- EL MAESTRO QUE NOS ABRE UNA VENTANA
Se equivocó aquel hombre en aquella oportunidad, casi no cabe la menor duda, pero no importa. No importa lo más mínimo porque su acierto consistía en algo constante en su historia: su actitud, la aventura que proponía a aquel colectivo de alumnos, cada vez que nos planteaba el montaje de una nueva obra.
Fíjate, Kike, el recuerdo que tengo de él es el de un profesor que nos reunía para abrirnos, de vez en cuando, una nueva ventana; una ventana hacia un tesoro incalculable, nuestra cultura y lo hacía exhibiendo su actitud; en efecto, nos enseñaba su propia actitud, la de buscar fuera de nuestro círculo, rompiéndolo, invitándonos a lanzar nuestra mirada hacia afuera también; arrastrándonos hacia otros horizontes. Plauto alguna vez, Zorrilla, en alguna ocasión o, ¿por qué no? Folch i Torras o quien fuese, transmitiéndonos la inquietud por el conocimiento y el disfrute del deslumbrante paisaje cultural que nos prometía al separar los postigos.
¡Qué pocos maestros son capaces de transmitir una actitud así, a través de su propia ademán y qué pocas oportunidades tiene un maestro de abrir esa ventana y merced a ello, contagiarnos su comportamiento, su entusiasmo, su amor por la cultura! ¿Recuerdas tú alguno, Kike? ¿Recuerdas haber tenido algún maestro de esta talla? ¡Yo si, ya lo ves! Hubo más, por suerte. Un niño lo que más precisa para aprender es que le transmitan entusiasmo y no se puede transmitir entusiasmo o, por lo menos, parece más difícil, si no se tiene.
A ello voy, Kike; después de entender que te ha quedado claro que la imagen que ofrece un corro de alumnos esperando que ocurra y la del maestro que se levanta (simbólicamente, claro está) y abre (simbólicamente, también) la ventana que nos descubre un campo importante de la cultura, en este caso, la palabra dicha por otro y nos propone ejercerla en una actividad impagable, la del Teatro, nos conduce a enseñar y a adquirir una actitud maravillosa -¡Ojalá pudiéramos convencer de ello, Kike!-, la de romper el círculo de nuestra autocontemplación y fomentar el interés por el más allá de nuestras escuálidas fronteras, haciéndolo gracias al empuje del entusiasmo del profesor y del ejemplo más claro que es el que su conducta ofrece.
Yo diría que lo más fascinante de la cultura es la pasión que permite sentir por ella y lo contagioso que puede resultar ese apasionamiento.
4.- RECELOS INSUFRIBLES
No nos vayamos a perder, Kike. Habíamos quedado en que si no se tiene entusiasmo por ella, no se puede o, por lo menos, es muy difícil transmitir entusiasmo por la cultura y, peor aún, si se tiene recelo y por ahí te decía aquello de: ‘A ello voy, Kike’. Vamos a lo del recelo.
En cierta medida, parece razonable que el hecho de repetir palabras escritas por otro haya provocado en alguien temores a ser colonizado. Es el recelo a que haya otro que nos haga hacer y nos haga decir, arrinconando la intervención de nuestra voluntad.
La consecuencia, acto seguido, está clara: no hagan ustedes teatro de texto, no repitan ustedes la palabra escrita por otro porque están permitiendo esa alevosa influencia, casi dominación.
Puestos así, la cosa puede ser peliaguda, porque todo el mundo o una inmensa mayoría, aparte de acabar sus propias ideas, cuando habla intenta hacerlo lo mejor posible e intenta convencer a los demás y, si intenta convencer, es, en cierto modo y en alguna medida, para hacer decir o para hacer hacer a los demás algo que le interesa o que pertenece a su óptica personal. Es decir, para influir. Políticos, críticos de arte, periodistas, etc. etc.; yo mismo con estas cartas-artículo lo debo pretender. Tú también lo practicas, Kike, que lo sé yo. Somos muchos los que lo practicamos. Cualquier hijo de vecina.
A partir  de ahí, puede que alguien se haya visto tentado a eludir este inmenso ataque proponiendo procedimientos en los que no se utilice el texto –la palabra dicha por otro- y algunos más exagerados aún, ni la palabra.
¡Qué quieres que te diga, Kike! A mí me parece un error garrafal. Ya sé que se apoyan en técnicas muy respetables, por eso mi comentario solo va en esa parte que a alguien le lleva a eludir el uso del texto, por el dichoso temor a esa invasión de que te he hablado.
Es posible, pienso yo, que no haya que eludir en absoluto la palabra dicha por otro. Todo lo contrario, lo que a mí me parece que hay que hacer es zambullirse en ella sin miedo. En ellas, porque no hay que quedarse con una y, de este modo, poder aprenderlas y repetirlas, contrastando unas con otras, de forma que por comparación, adquiramos una visión crítica de lo que estamos haciendo, poniendo por delante que, aunque esté impresa y sea muy bella, nadie tiene patente de corso ni nadie es perfecto en estas cosas del arte, de la cultura, del conocimiento.
Y, de esta manera, practicando la palabra dicha por otro, con una estrategia como la teatral que favorece la comprensión más intensa del material propuesto y que permite hacerlo con la aportación personal y actitud crítica, nos ejercitaremos para afrontar el mundo para el que supuestamente nos estamos preparando, con mayor libertad porque dispondremos de más recursos para hacerlo.
5.- SI DE LIBERTAD ES LO QUE HABLAS  (Jota)
            No me discutas siquiera.
            Abre bien la ventana.
            Pa que puea mirar p’afuera.
Se puede argumentar lo que se quiera, Kike, pero a mí no me sienta bien que se esté sembrando la suspicacia hacia la palabra dicha por otro y menos que se haga en nombre de la libertad, porque, precisamente la palabra dicha por otro ha sido siempre el más claro síntoma de libertad y ¡cómo no!, lo más odiado y perseguido por las personas que ejercen la tiranía que, por algo, se han esforzado en condenarla, censurarla y hasta hacerla desaparecer. ¿Si o no?, Kike o ya no te acuerdas de nuestros tiempos, de tantas obras de teatro censuradas o prohibidas. Por algo será, desde luego, porque, que yo sepa, los tiranos suelen ser crueles, engreídos, brutos, lo que tú quieras, pero no tontos o, por lo menos, tiene un olfato muy especial para estas cuestiones y saben que uno de los enemigos más temibles que tiene la falta de libertad que ellos patrocinan es precisamente la palabra dicha por otro y, aun peor, la decisión de escucharla, interpretarla, perfeccionarla y, si puede ser, actuar en consecuencia.
6.- A MODO DE DESPEDIDA
            Mira, Kike, clarito y para acabar. A mí nunca me ha gustado ese tipo de pedagogía que tiende a meterse y a meter en una urna de cristal, en una situación idílica que poco tiene que ver con la sociedad que nos vamos a encontrar al abandonar la Escuela: tanto al acabar nuestros estudios, como aún de niño, todavía de alumno, al atravesar cada día la verja del colegio. Es cierto que el ser humano, con su palabra, intenta convencer, es posible incluso que, si puede, intente implantar su palabra en los demás y así espere escucharla en boca de otros, quizás para su regodeo
Pero eso es, ni más ni menos, lo que se encuentra muy frecuentemente el niño en la calle y en la escuela también. ¿Qué es mejor, propiciar que meta la cabeza debajo del ala, soslayando el problema o dotarle de los recursos para que lo pueda afrontar? Sobretodo, si ello se sostiene en una actitud que patrocina la apertura de la comprensión de lo ajeno, en lugar de dar demasiadas vueltas a nuestras propias ocurrencias y si además permite que nos dejemos fascinar por la magia universal del Teatro, contagiándonos unos a otros de ese entusiasmo cultural, atravesando la ventana abierta por ese maestro de quien hablábamos, en un vuelo fantástico hacia el disfrute y comprensión de nuestra literatura, nuestra ¡caramba!, bajo nuestra tutela ¡rediez! Y si, con ello, encima contribuimos de alguna manera a la transmisión, supervivencia y renovación de nuestro entrañable acerbo, ¡miel sobre hojuelas, Kike, miel sobre hojuelas!
Miguel Pacheco Vidal


(1)  'JONÁS, JONÁS' ; Obra de teatro escolar; Colección 'Fuente Dorada'-  Valladolid, 1.988
(2)  "El encanto de la tramoya"; artículo publicado en ‘Cuadernos de Pedagogía’; núm. 133, enero 1.986.