De palique con Kike 7


(Artículo publicado en revista ‘Ñaque’, Ciudad Real (España); nº. 14, abril 2000)


¿QUIÉN TEME LA PALABRA DICHA POR OTRO? – [II]


-¿Dime, Kike sapientísimo, qué es el Teatro?
- El Teatro es lo contrario, todo lo
contrario a la Guerra. ¿No me crees?

            Kike, ¿permites que me imagine cómo aconteció el episodio? Luego acudiré a consultas y, si es grave la distorsión que mi fantasía haya provocado sobre la historia, ya corregiré en lo que haya que corregir. Ahora me lanzo.
            ¿Tarde, noche? de un día memorable que ya precisaré de marzo del año 1.945. Estamos en un teatro de la ciudad de Buenos Aires, quizás anegada aún en una melancólica música de hierbas y balidos, como la dejara años atrás García Lorca. Se va a estrenar de un momento a otro ‘La casa de Bernalda Alba’. Se abre el telón. ¿Tú sabes lo que es eso, Kike? ¡Claro que sí, Kike! Abrir el telón es cosa sobradamente conocida por los dos, archisabida, como también lo es el acto de estrenar una obra, pero la del estreno de ‘La casa de Bernalda Alba’, que es a la que me refiero, puede que sea una sensación inalcanzable para nosotros. Por lo menos, para mí, estoy seguro; ten en cuenta además que García Lorca había muerto hacía siete años y de qué forma había muerto...
            Se abre el telón pues, y aparece Margarita Xirgu, nada menos, que avanza hacia el proscenio y se dirige con rabia contenida, entre contenta y desconsolada, a un público ávido de aquel acontecimiento.
Él quería que esta obra se estrenara aquí y se ha estrenado, pero él quería estar presente y la fatalidad lo ha impedido. Fatalidad que hace llorar a muchos seres. ¡Maldita sea la guerra!
            Yo no sé cómo lo ves tú, Kike, pero creo que la Xirgu, la gran Xirgu, con aquella frase tan breve había construido lo que, para mí, insisto que no sé para ti, es la definición del Teatro o, por lo menos, ponía al descubierto una de sus facetas más importantes, al contraponer aquel acto a la guerra y su fatalidad.
            La guerra es censura; es decir, suprime las voces ajenas, las incómodas al régimen que en cada ocasión se decide a promover la acción bélica. Es más, antes de cualquier guerra, aparecen como indicios de ella, los mecanismos de censura y propaganda con los que propiciar una opinión favorable a la aventura de destrucción que se viene encima y, aún más, esa censura y esa propaganda, ¿te acuerdas de ellas?, se suelen prolongar más allá de la etapa estrictamente bélica; muchas veces durante largos años, a caballo de un período llamado postguerra, cuyos límites se amplían o constriñen en función del criterio del vencedor y del grado real de victoria que haya conseguido o del grado de terror que haya logrado instaurar entre los vencidos. La guerra y sus secuelas también, son eso, Kike, evitar la presencia, el testimonio de otro, su palabra; hasta la muerte, pasando por la tortura y la humillación.
            Pues Kike, yo creo y a eso voy, que el Teatro es todo lo contrario; es un esfuerzo por invocar la palabra de otro, concediéndole la dignidad y el prestigio del propio trabajo de quien presta su esfuerzo y su capacidad para revivirla, en una singular y constante ceremonia, para que sobreviva, a pesar de que siempre hay quien desea que muera esa palabra y quien la dijo y hasta el propio Teatro. Es normal entonces que el Teatro, ese Teatro que se dedica a recuperar la palabra de otros, en algunos casos sea molesto para según quien.
            Habíamos quedado, amigo Kike, en que la Xirgu había salido a su proscenio, improvisado o no, diciendo tantas e importantes cosas en un solo lote y tan breve frase, que no me queda otro remedio que aviar un catálogo con el que intentar comprender lo que quiso transmitir aquella gran actriz, que sobre aquel escenario estaba:
Ø      Anunciándonos la resurrección teatral de la palabra de Lorca.
Ø      Estrenando su obra donde él quería.
Ø      Invocando su presencia al recordar el deseo de estar presente manifestado por el poeta.
Ø      Resaltando la fatalidad, la tragedia de una persona y ‘de muchos seres’.
Ø      Maldiciendo la guerra en un acto solemne que cierra el broche de esta evidencia que contrapone Guerra y Teatro, como se puede contraponer muerte y vida, necedad y cultura.
El Teatro invoca, revive, resucita; la guerra silencia; sus origenes y secuelas también.
            Ya sé Kike, ya sé que me he puesto demasiado trascendental y no es el momento y, además, no os tengo acostumbrados y, para mayor inri, no sé cómo salirme ahora de la seriedad y volver a mi yo más corriente. Por otro lado, puede resultar excesivo pensar que el Teatro siempre invoca o que siempre invoca medianamente bien; dependerá de quien y como lo haga y con qué intenciones. Aveces, también se puede usar a favor de la guerra. Aún así, con que ésta, la de invocar, sea una tendencia general o, por lo menos, numerosa o algo frecuente, ya me considero satisfecho.
Mira, Kike, algo me pasa y es que acabo de vivir una experiencia de gran intensidad y a alguien se lo tengo que exponer, aún corriendo el riesgo de que parezca una ñoñería y, como quedamos en que lo que te iba a contar en estas cartas-artículo son mis experiencias personales, te lo explico, Kike, sin más. Y es que puedo hablar aquí de un espectáculo que parece efímero; fugaz, diría yo. Se trata de un homenaje a García Lorca que dramaticé por encargo de Martín Curletto con el objeto de que, bajo su dirección, fuese representado en Mallorca, como así fue. No creo que me haga propaganda ya que, pasado el centenario del poeta y la oportunidad del encargo para el que fue pensado, el espectáculo se puede considerar prácticamente fuera de circulación, con lo que  me veo libre para soltar amarras y contarte un par de sabrosas anécdotas vividas durante esta experiencia. Una de ellas la reservo para el próximo ‘DE PALIQUE CON KIKE’, en el que espero cerrar este miniciclo sobre ‘la palabra dicha por otro’. La otra anécdota, la que estoy utilizando en esta carta-artículo, gira alrededor de esta frase de Margarita Xirgu y de la vivencia que he experimentado a través de su ensayo y representación escénica.
            El espectáculo es, perdón, era breve, lo suelen ser los recitales de este tipo; tras discurrir por otros rincones de su vida y, en medio de poesía y canciones, después de un sucinto paseo acerca de la obra teatral de Lorca, se repite en escena la frase, como si la estuviese diciendo Margarita Xirgu en 1.945. La idea era que allí, sobre el escenario que nos toque en cada oportunidad y con la humilde pretensión de transmitir un sentimiento de la mejor forma posible, debía pronunciarse la frase con toda su solemnidad, reviviendo en nuestra modesta ceremonia lo revivido por ella.
            Cada vez que la escucho, te lo confieso, me emociono fuera de lo normal, por cuanto evoca, desde luego, pero también te he de confesar que por algo más y aquí viene lo que te quiero decir. Kike, ¿te acuerdas de ‘La Chica’, mi nuera? De ella te hablaba en otra carta, ¿recuerdas? Es gitana y cantaora, la cantaora que actúa en el espectáculo de que te hablo y, ya te lo contaré con más detalle en la próxima carta, voz y persona en la que se apoya gran parte del proyecto artístico que contiene la estructura de nuestro homenaje lorquiano. Pues bien, ella es la que canta; no es actriz o, al menos, no ha ejercido nunca como tal, mientras que Mónica Luchetti es la rapsoda; sin embargo, intencionadamente, esta frase la dice ella, ‘La Chica’.
Y ¿sabes una cosa? Cada vez que la dice me da mucho que pensar y sentir que esta frase la reproduzca precisamente una voz gitana; que sea una voz gitana, cuando es el mundo gitano uno de los paisajes humanos más y mejor contemplados por la poesía de García Lorca, la voz que reproduce sobre el escenario la frase de Margarita Xirgu invocando la palabra lorquiana.
Y ¿sabes otra cosa, Kike? Algo me dice y casi tengo el pleno convencimiento de que lo que presiento es real, que a ‘La Chica’ le complace mucho decirlo. En un giro imparable de esta noria del Teatro que hace que, en público, sobre el escenario y para quien quiera escucharlo, una voz gitana dé vida a la palabra de una actriz, Margarita Xirgu, cuando ésta, a su vez, invocaba sobre otro escenario la presencia del poeta que cantó sublimemente y con un arrojo que le costó la vida, la grandeza del pueblo gitano.
De vericuetos hablamos, Kike. El Teatro es eso, Kike, un vericueto enorme e intrincado, abrupto y difícil de transitar, pero que, en algunas ocasiones, de repente, se convierte en una perla, hermosa y sencilla de contemplar. Y ‘La Chica’, gitana sobre el escenario y fuera de él, representando a la Xirgu en el momento de invocar al poeta, es una perla, Kike; no sé de qué tamaño, pero una hermosísima perla.
Ya sé que tú, precisamente tú, me conoces, pero permíteme que te diga que no soy tan ingenuo como parece; que ya sé que esta emoción, a pesar de la excelente labor de Curletto y del admirable esfuerzo de los artistas en escena, es muy probable que no se transmita del todo, que la gente coge lo que coge y al vuelo, por decirlo de alguna forma, pero déjame como consuelo él ‘algo queda’, porque esa es la baza del artista de Teatro, esa perseverancia y ese por si acaso, ese dale que te pego que en ti goza de tan buena salud y déjame también que me sirva para reflexionar en este papel sobre la importancia del subir a un escenario la palabra dicha por otro. El Teatro de texto, el texto sin más, intentando transmitir un tesoro.
            Solo un pequeño apunte, para acabar. Te he dicho que ‘La Chica’ dice la frase y es cierto que la dice, pero no te he dicho que no es así del todo, porque Mónica la acompaña al final. Verás, Martín Curletto, el director del espectáculo, consideró oportuno añadir este matiz: en un momento dado, casi al final de la frase, ‘La Chica’ y Mónica, sobre el escenario, lugar sagrado del Teatro, se miran entre sí y gritan juntas, una gitana, paya la otra, las últimas palabras del párrafo de la Xirgu: ¡Maldita sea la guerra!, rememorando las dos, con una sola voz, el emotivo episodio protagonizado por la actriz, al invocar a García Lorca sobre el escenario de un teatro de Buenos Aires. Dos gargantas, paya una, gitana la otra, un solo grito maldiciendo la guerra.
            Hermosa circunstancia. Vamos, me parece a mí, sobre todo en los tiempos que corren.
Miguel Pacheco Vidal