De palique con Kike 1

(Artículo publicado en revista ‘Ñaque’, Ciudad Real (España);  nº.8, febrero 1999.)

¿QUÉ TE PARECE SI HOY HABLAMOS DEL AUTOR?

                        Kike, he perdido la obra de teatro que te prometí. No sé donde la tengo. Eso te puede dar una idea del lugar que ocupa en mí lo de ser 'autor de teatro'. Si, más adelante, la logro encontrar te la enviaré, no te preocupes. Fue la última obra de teatro escrita por mí en aquella época, antes de que abrazase la firme convicción de que el teatro no se tenía que escribir; convicción que me duró unos doce años. Luego volví a cambiar de opinión y ahora la volvería a firmar, ya ves tú lo que son las cosas.
                        No hay mal que por bien no venga y este oportuno traspapelarse me da pie a complacer tu segunda petición, la de que escribiera un artículo para vuestra pertinaz revista. Kike, ¿puedo hablar de mí? Más que de mí, ¿de mis anécdotas, de lo más insignificante de lo intranscendente? ¿Me lo permites, aunque no sea nada del otro jueves? Será un mal artículo si cabe, pero necesario.
                        Para empezar, menos mal que va camuflado de carta y quizás lo más importante en este caso sea que tú y yo somos amigos y que lo seguimos siendo. Por lo tanto, mi vida será una vida gris, pero, por lo menos, tiene un espectador de excepción. Hace casi treinta años quise ser autor de teatro. Tú lo sabes. Llegué a escribir alguna obra. Tres o cuatro. Tú las conoces o te suenan. Todas son anteriores al año 1973; momento en el que, como antes he dicho,  decidí abandonar el oficio, la intención de escribir, y profesar la idea que ya llevaba tiempo extendiéndose en nuestro entorno cultural acerca de que la figura del autor no era necesaria para subir a escena una obra de teatro. Tú, por amistad, conoces este mi proceso personal y coincide que formas parte del equipo de responsables de la revista para la que escribo este artículo
                        Ya sé que no es importante mi historia, mi pequeña historia de militante cultural. La expongo como simple garantía de que, no sintiéndome "autor teatral", no pretendo cosechar beneficio personal alguno hablando en favor de los autores teatrales, entresacando de mis recuerdos algún argumento para romper una lanza en su favor.
                        Presiento que hemos cometido un error y te incluyo a ti no sé si acertadamente. En un momento reciente la figura del autor flaqueó y lo permitimos y aun está enferma. Los oficiantes del teatro certificaron su declive. La tendencia venida, como todo, de otros países, en forma de moda cultural y de vanguardia, lo dictaba y las personas más adelantadas, probablemente las más valiosas, aquellas que en otras circunstancias se hubiesen arriesgado a estrenar la obra de un escritor, volcaron sus esfuerzos en otra cosa, quedando relegado su compromiso histórico hacia el ejercicio de 'dar a conocer un autor'. Ya va para largo la permanencia de esta tesis en el mundo del teatro como para que se intente mantener dentro del marco de la vanguardia. Lleva mucho tiempo experimentándose y, con las dificultades propias del resto del teatro, ha dado de sí lo que ha dado que no es poco y, en muchos casos bueno, muy bueno.
                        Hasta aquí todo es legítimo, además no es cuestión de desdecir muchos logros en el arte escénico a partir de esta tendencia y se ha de reconocer que la idea prendió y sigue haciéndolo como la pólvora dentro del ámbito escolar, en la dramatización infantil, porque es de lógica aparente que se desee propiciar que el ejercicio de la expresión dramática entre niños y adolescentes intente ser el resultado de la libre aportación del colectivo, que no se ciña a la reproducción de un esquema preparado por una mano ajena, la mayor parte de la veces desconocida por los participantes y que limite en lo posible el dirigismo de un guión y la influencia de la mente que lo había concebido.
                        SE TRATABA BÁSICAMENTE DE FAVORECER LA LIBRE EXPRESIÓN DE LOS PARTICIPANTES. ¿Quién iba a desertar en aquella época de tan justa y aplastante proposición? ¡Quién iba a ser, pues yo! Aproximadamente doce años después de haberla abrazado con verdadera pasión y entrega, comencé a notarle los inconvenientes y a serle infiel o a notarle ventajas y atractivos a la opuesta y perdóneseme que insista en explicar mi historia sin importancia, no tengo otra.
                        ¿Qué me pasó? Por aquellos años, andaba yo metido entre bastidores, preparando algún montaje colectivo. Cada martes y jueves y volvía a casa acompañado de un maestro entrañable amigo mío que espero siga siéndolo después de leer estas líneas. (Amigo mío, quiero decir). Uno aprende mucho de las equivocaciones de los amigos y, a través de ellas, paradójicamente, aprende a apreciarlos más. Martes y jueves hablábamos en nuestro camino de vuelta a casa acerca de nuestras inquietudes sociales, artísticas... dándose el caso de que una de esas inquietudes se estaba repitiendo más de la cuenta.
                        ¿Adónde voy a parar? Ahora te lo digo. Meses más tarde mi amigo me invitó a presenciar una de las funciones del montaje que había preparado durante el curso con los alumnos de su escuela. Sé que, conociéndome como me conoces, a estas alturas estás presintiendo ya lo que pasó y, te lo aseguro, no quiero jugar al 'suspense'. Ante mí, un grupo de niños, ataviados con hermosas túnicas y.... ¡no te voy a dar más datos superfluos! ...se empeñaban, apoyados en excelente expresión, en darle vueltas dramáticas a la inquietud que tantas veces había constituido el tema de conversación de mi amigo, el director del montaje que estaba presenciando.
                        Comprenderás que no me detenga en explicar la inquietud de marras; señalaría aún más la persona y no sirve para demostración alguna. Es un caso cierto y no tengo por qué mentir, a no ser que sea tan réprobo y retorcido como para acudir a tu testimonio al principio de esta carta-artículo y cometer después el abuso de sortear mi argumentación con una mentira. Además, un caso no vale para nada o casi nada. Solo nos puede servir la memoria y la constatación personal. Sólo podremos construirnos una opinión si recordamos o comprobamos cuántas veces y hasta qué punto hemos visto reflejada en una interpretación la personalidad, el estilo y la conciencia del profesor que la dirige; tanto más cuanto más colectivo parece el montaje. En nuestro entusiasmo hacia el montaje colectivo, nos había pasado por alto la influencia del responsable directo de la actividad y la de otros participantes con mayor lucimiento personal en el grupo, la irresistible fuerza de esta influencia, sobre todo cuando no existe ninguna estructura previa que contenga su embestida o que la ordene como hace la obra escrita, distribuyendo dentro de sus limitaciones el espacio de aportación de cada miembro. En definitiva, esta observación parece indicar que en un montaje sin texto se suele instalar con mayor intensidad las aportaciones del maestro y la de los alumnos que se muestren más brillantes en esta actividad.
                        No siempre debe de ser así, desde luego, pero he reconocer que esta observación fue la chispa; suficiente como para plegar velas de mi fanatismo sobre la construcción colectiva del espectáculo y reconocer que el otro procedimiento dramatúrgico, el que nos propone una obra escrita por mano ajena, la de un autor -procedimiento que ha pervivido milenios- ofrece abundantes ventajas; entre ellas, la de enseñarnos a leer, pero a leer de verdad, con detenimiento, repetición, réplica, gesto y voz y la de mantener el hálito de la cultura viva con nuestro paso, a su vez, convencido y crítico hacia una idea ajena, rompiendo con la actitud pasiva, de madriguera, que propicia el tratamiento que se está concediendo a medios más modernos (léase TV) y superando el posible desconcierto que genera la contradicción entre el quizás desprecio, quizás recelo, quizás solo descuido hacia el autor (sobre todo, hacia el autor infantil) y el empeño en querer transmitir interés y hasta afecto hacia Lope de Vega, Calderón de la Barca,... autores, nuestra cultura, al fin y al cabo, sin pensar en que para que hayan existido ellos, otros, peores, acaso algunos mejores, han servido de mesnada y que, en pura coherencia con nuestra actitud, también deberían recibir nuestra atención de forma sistemática.
                        Pero en este párrafo que acabo de escribir, Kike, se han colado algunos temas que merecen mayor miramiento, otro artículo, por ejemplo. Se me han quedado en el tintero, sin embargo, otros aspectos de importancia, como otra inevitable comparación entre las actitudes que sustentan las dos maneras de afrontar esta actividad: mientras que el montaje colectivo estimula la APORTACIÓN PERSONAL, ponderando el valor individual, en el teatro de texto prima la labor de COMPRENDER Y REELABORAR algo externo al grupo, trasladando nuestra atención a una propuesta que nos viene de allende las fronteras del círculo donde se desarrolle la actividad (escuela, grupo de teatro, etc.. ) Está claro que, desde hace bastante tiempo, me he decantado por la segunda opción y que la cosa da para hablar largo y tendido, pero no aquí; lo dejaremos para otra oportunidad. Ahora solo remover un poco tu insondable memoria con un hecho que tu también conoces y evocar a un intelectual importante y fecundo donde los hubiera que en cierta ocasión, alzando la copa, brindó por la muerte del autor; de buena fe seguramente y creyendo irreversible el proceso de desaparición al que estaba condenado el autor, los autores. Desde aquí -en esta carta-artículo- unos años más tarde, le contesto que por suerte no ha sido así, que no es que gocen de buena salud -no hay para echar las campanas al vuelo- pero ahí están, pese al desdén y hasta hostilidad de algunos, dando señales de vida, que nadie es quien para cometer la barbaridad de poner en la picota un procedimiento cultural milenario y que, por contra, deberíamos considerar si no es de obligación poner todo nuestro cuidado en favorecer la tarea del autor, lo que no es otra cosa que seguir construyendo nuestro acerbo cultural atendiendo una parte que nos corresponde.
                        Aspecto que sorprendentemente han tenido muy en cuenta los responsables culturales de los países de donde procedían las tendencias que he criticado y que aquí, en el nuestro, se han llevado, como siempre, un poco más allá. Por ello, te propongo un juego para acabar: escribe los autores más famosos de los últimos veinte años. ¿Estás ya? Ahora pon su nacionalidad al lado de cada uno de ellos. Probablemente, asome una paradoja al comprobar que muchos de ellos sean de las mismas nacionalidades de donde procedían las tendencias que desdeñaban al autor.
                        Tampoco quiere decir nada.
                        Miguel Pacheco Vidal