De palique con Kike 5

(Artículo publicado en revista ‘Ñaque’, Ciudad Real (España); nº. 12, diciembre 1999)

EL TEATRO, UN LINDO AMANECER

Kike, tú me dijiste que más largas, Lola me dice que más cortas. Las cartas que te escriba a partir de ahora serán más escuetas; pero hay ya varias escritas y conviene intercalar algunas, por seguir un orden. Entonces, se sabrá que las largas son anteriores, pese a que, por otras consideraciones, las sitúe en lugar posterior.

              Hoy es por la mañana y ayer fue un gran día que se asomó pausada, dulcemente, con un hermosísimo amanecer, para empezar y que había logrado que me quedara ensimismado, con las manos prendidas en las solapas de mi abrigo, suspendido en el gesto de colgarlo en la percha. Ante mí y tras la impresora, el enorme ventanal del duodécimo piso; a partir de ahí, un extenso enjambre de calles de Barcelona se extendía hasta el monumento a Colón con su puerto, las torres del teleférico y Montjuïc al fondo; detrás, el mar, como siempre, inmenso y atento a sus contornos, infalible, sin rodeos, insoslayable, recogiendo en un marco que concluía en el cielo, un despuntar el día que lanzaba desde su frontera un rayo luminoso hacia un norte inalcanzable a mi mirada, bajo una bóveda de tenues nubes, encendidas en una embajada de formas e ilusiones, empeñadas en prometer la jornada que se emprendía.
              Todo lo poético que quieras, Kike, pero yo me había quedado embobado y la multinacional me paga para trabajar, no para otra cosa, así que sacudí como pude mis pretensiones emocionales y, dándome cuenta de que el abrigo se podía considerar colgado desde hacía rato, envolví con mis pasos la mesa de escritorio y, como probo y eficaz funcionario o casi funcionario, comencé mi labor diaria, que, hoy por hoy, se puede resumir en poner en marcha un ordenador personal e, investido de buceador informático, eso, bucear; alguna llamada telefónica, algo de comunicación directa con mis compañeros en contadas ocasiones, pocas; a veces, muchas de estas veces, grata; otras, no tanto. El trabajo, normalmente, es, cada vez más, un asunto solitario.
              Se suceden en la pantalla las imágenes del proceso automático que conduce al programa con el que habré de vérmelas durante el resto del día. Aparto un par de papeles del montón, mientras saco lápiz, bolígrafo, goma... ¡Ya ves tú para qué! Esos objetos sí que, a medida que pasa el tiempo, sirven para menos. Un rotulador de esos de resaltar, ¡resaltarlo todo! Errores, dudas, cosas extrañas que me plantifique el ordenador. De repente, entra Carmen, Peña por más señas. Viene del piso de arriba y me trae un documento sobre un asunto que debo resolver. '¡Buenos días!', lo deja sobre la mesa y, sin más, se queda embelesada ante el paisaje. '¡Menudo amanecer!', me dice. Es curioso y es, en parte, a lo que voy, que a los seres humanos nos emocionen con tanta frecuencia las mismas cosas o el mismo tipo de cosas; eso, Kike, también nos pasa en el teatro y aquí incluyo a todos: actores, directores, escenógrafos, espectadores, etc.  '¡Lástima que aún le falte bastante para que asome el sol!', me añade y se va.
              Quizás no haga bien, pero aunque me paguen para trabajar y no esté bien visto que deje de hacerlo, cosa distinta es cambiar el orden de la información que debo reunir, siempre que no dañe el resultado final. De modo que, ni corto ni perezoso, efectúo un lanzamiento masivo de los datos que debo analizar y me dirijo a la impresora, junto al ventanal, de tal manera que pueda compaginar aceptablemente mi deber con el placer de contemplar el paisaje. Mientras la impresora se decide a ejecutar la orden, aparece ante mí el confortante amanecer en todo su esplendor, incendiadas las nubes por un sol que, de un momento a otro, deberá romper a la altura de la ladera norte de Montjuïc. Descuelgo el teléfono y llamo a Carmen. 'El paisaje está a punto.', le informo. No quiero que se pierda la oportunidad. Cuelgo. La máquina empieza a vomitar papel. A la par que, caso por caso, voy observando los datos que preciso, desvío una mirada que otra al abrasado horizonte, hasta que en uno de estos vaivenes, quedo sorprendido: hemos pasado repentinamente de un ardiente mosaico de luces y colores a un panorama triste, encapotado, sin pretensiones, de trámite. Se había acabado tanta magnificencia como por arte de birlibirloque, como en aquellos prismáticos con temporizador cuya duración se mide por las monedas que hayas echado por la ranura. Se había acabado la función. ¿Qué había ocurrido?
              Todo tiene su explicación que, luego te explicaré por qué, me trae a la memoria la primera experiencia teatral que compartimos tú y yo, Kike, ¿recuerdas? "Los clásicos nos divierten", aquellos textos de enlace que elaboré para poner en escena tres entremeses de Calderón de la Barca. Textos de enlace  y breve propuesta pedagógica que están publicados por una editorial de León (1). Creo recordar: hablo de aquellos años durante los cuales despachabais vuestra actividad dramática en unos bajos de la carretera de Carvajal. En mi evocación, creo ver que era verano, como siempre y, conociendo mi afición a la observación desde la tramoya, como siempre, me parece que os estoy observando. Estabais ensayando una escena de "El Dragoncillo". En un aparte del local -si es que aquel local alguna vez pudo tener algún aparte-, andabais insistiendo, perfeccionando la escena Jesús Prieto, José Gómez y tú. Nadie más. Me pareció fascinante y me lo parece aún hoy. Tú habías escrito unos enlaces para representarlo junto al "El desafío de Juan Rana" y "La Franchota". Me quedé con la copla y, al regresar a la Ciutat Comtal, propuse el montaje del mismo espectáculo al equipo técnico de "Viatgem en Teatre", que era un ciclo de teatro para escuelas organizado por el Centre Cívic d'Hostafrancs del Ayuntamiento de Barcelona.
              ¿A qué venía tanto interés por esos tres entremeses precisamente, aparte del interés inherente a obras y autor? Pues, ni más ni menos, por la sencilla razón de que los estabais representado vosotros, los oficiantes de "La Fragua" y el tema de fondo de nuestra propuesta didáctica se basaba en el supuesto don de la ubicuidad de que goza la cultura. ¿Cuántas personas a la vez pueden estar leyendo una misma novela, un mismo párrafo de esa novela a cientos, miles de kilómetros de distancia? Esa era la cuestión, que mientras los actores del "TMTC" de Barcelona estuviesen representando los entremeses, se pudiese dar el caso que se estuviese representando la misma escena a ochocientos kilómetros de distancia, en lugares muy lejanos entre sí, pero muy cercanos en el desván del corazón, quizás con una emoción parecida, una reflexión similar o se estuviesen percibiendo elementos semejantes, reconociendo de antemano las diferencias de todo tipo que se hayan incorporado al texto por el mero hecho de ser subido a un escenario. Esa idea de red invisible y universal de la cultura, de la que, sin duda, forma parte vuestro esfuerzo, tu eterno estar al pie del cañón, Kike, y que propicia esa sensación de simultaneidad mágica que envuelve vuestro trabajo teatral y consigue que, en el mismo instante,  D. Pedro Calderón de la Barca se esté representando a quinientas millas, en un solapamiento con otros autores, menos calderones, desde luego, aunque vete tú a saber y que, en cualquier caso, constituyen un soporte para esa reflexión común y universal...
...y atemporal, perpetua, eterna, Kike, porque año y medio después de escribir este artículo, encaminado ya a ser  publicado por Ñaque, he vuelto a gozar del idéntico privilegio de contemplar de nuevo tu trabajo, esta vez con Ana Riesco y Candelas Ferrero en vuestra cripta-catacumba actual de la calle Juan Ramón Jiménez, ensayando ‘Ares de Omaña. La Leyenda’ de Florentino-Agustín Díez. Yo también en un rincón, como hace una docena de años, gozándola con vuestro quehacer, con vuestras ganas de esparcir por el mundo esa semilla, envuelta en vuestro sello de agente cultural inagotable, inasequible al desaliento.
              Entraríamos aquí a considerar hasta qué punto nuestra aportación, la intervención es legítima o puede ser aceptable dentro de esa perspectiva de sentimiento universal. Hasta qué punto se puede modificar manteniéndose fiel a ultranza o al contrario.  Déjame que te hable, Kike, de "Los Tarantos" de Rovira Beleta, una excelente película catalana y déjame que resalte lo de catalana. Yo sé por qué y ¡déjalo ahí! Barcelonesa, por lo menos y ante todo. De paso, dejo de hablar directamente de Shakespeare, aunque en algún momento tendré que referirme a él, porque la película es una versión de "Romeo y Julieta", como "West Side Story", pero en un entorno más ancestral, entre gitanos del Somorrostro de Barcelona y más emocionante y temperamental, para mi gusto, que la americana, no me duelen prendas decirlo y también de paso, dejo de hablar en clave de teatro, aunque asimismo haga un poco de trampa, porque del teatro procede la historia y por partida doble.
              Por cierto, Kike, ¿recuerdas la escena de la muerte de Mercucio, el amigo de Romeo? Tebaldo, el primo de Julieta, le hiere por debajo del brazo de Romeo. A continuación, el autor de la obra de teatro aparta al malherido de escena; no parece dispuesto a jugar con el efecto emocional de la agonía. Algunas versiones modifican esta situación mostrando los estertores, algunas cebándose en ellos. En "Los Tarantos", se lleva también la atención del espectador hacia la agonía, casi se prescinde del efecto de la lucha, en una de las escenas de abandono de la vida más hermosas y verosímiles que he podido contemplar. Apenas hay combate. Curro, el Picao le asesta a Maji un navajazo, de igual modo,  por debajo, pero con disimulo, como aquel que no quiere la cosa, con su brazo oculto entre la barra del bar, su malvada gabardina y el cuerpo de su víctima. Rafael, el Romeo de la historia gitana y amigo de Maji,  no es capaz de ver ni comprender; no entiende qué está pasando ni lo qué le ocurre a su entrañable amigo, quien sin proferir un gemido -seguramente el dolor o la inminencia de la muerte no se lo permiten-, se incrusta como una lapa contra la cristalera que da a la calle, mientras se despide de las guiris y de todos sus veranos de flirteo. ¿Recuerdas el gesto de Antonio Gades?, una joya. Mientras, Rafael con la cara paga. No sabe de qué va la película, nunca mejor dicho y, con ello, se consigue uno de esos momentos trágicos en los que el espectador percibe la irreversibilidad de los acontecimientos; sabe de la secuencia que tiene que venir a continuación más que el personaje que la vive y, si pudiese, se lo advertiría y, quizás, a gritos. En "Los Tarantos" le modifican la escena a Shakespeare, por supuesto, pero se la restituyen envuelta en una argucia parecida a la utilizada en otra de sus obras, la que comentábamos en nuestro DE PALIQUE CON KIKE-4, cuando el espectador sabe que Hamlet está herido de muerte, pero el propio personaje desconoce su inmediato destino. Indudablemente, le han modificado la historia original al autor de la obra de teatro, pero ¡qué manera de devolverle la pelota!
              ¿Dónde estaba, Kike? Te estaba explicando lo de ayer en la oficina. Pues bien, Kike, ayer fue un gran día. Era viernes y mis hijos (hijo y nuera) actuaban en un club cálido, acogedor, te lo recomiendo: el Jazz Si, a las diez de la noche. Ella es cantaora y él la acompaña a la guitarra y compone muchas de sus canciones. Es una mezcla, Kike, desde luego, como aquello de lo que te estoy hablando. Por un lado, resulta que son mis hijos y se me cae la baba, por lo que mi juicio puede ser parcial, pero, por el otro, creo sinceramente que lo hacen bien. Bueno, Kike, esto viene a que, volviendo a casa, saboreando aún el cante y el toque de mis hijos, en la oscuridad del interior de un automóvil, asediada por esa sensación de continuas sombras en movimiento que aportan las ventanillas por la noche, Marieli (mi mujer, ¿sabes de quién te hablo?) se vuelve hacia mí y me espeta: 'Esta mañana he debido contemplar el amanecer más hermoso de mi vida.' Casi freno en seco. '¿Tú también estuviste contemplando el amanecer?' '¿No puedo?' 'Desde luego, pero, ¿el mismo?  ¡Tiene guasa la coincidencia!’ y le relato mi pequeña historia matinal y, a continuación, me puede corresponder con  la explicación del fenómeno que en un instante ennegreció el día. Muy sencillo, ella, que trabaja junto al puerto y que, por lo tanto, Montjuïc no se le interpone, pudo ver lo que había pasado, cómo salía el sol y su luz inundaba el cielo y cómo la ardiente imagen del astro recorría la estrecha franja que separaba la línea del horizonte de un grupo de nubes que, acto seguido, se tragaban imagen y luz. Todo esto es lo que ocurría tras la ladera norte de la montaña; por eso, no lo pude ver y su efecto me cogió por sorpresa.
              Como un amanecer, Kike, como un amanecer, un texto puede estar siendo contemplado a un mismo tiempo a muchos kilómetros de distancia por personas desconocidas entre sí e ignorantes de esta comunión cultural que  puede ser una promesa o un témpano gris que se extienda por nuestra mísera historia, como queramos o podamos y que quizás esté ejerciendo de motor emocional en lejanías impensables. Date cuenta de que, partiendo del papel escrito por un autor, como en el caso de los entremeses de Calderón, se escribieron unos textos de enlace en León, por ti, Kike y en Barcelona, por mí; en León fueron puestos en escena por un director, escenógrafo, actores, etc. y, en Barcelona, por otros y, es posible que en alguna sincronía mágica, imprevisible, alguna palabra de alguna escena en particular o alguna emoción de nuestro acervo cultural, en León y Barcelona, se dijese o se viviese a la vez, en una labor impagable de conservación, difusión y enriquecimiento vivificantes de nuestra cultura, bien sea de un radiante Calderón o de un prometedor amanecer, si de un autor menos conocido se trata, aunque exista el riesgo de que, una vez emprendido su vuelo en el horizonte, alguna nube torpe y tristona engulla sin miramientos su y nuestra esperanza en él.
                                                                                  Miguel Pacheco Vidal


(1)   El trabajo "Los clásicos nos divierten" de Miguel Pacheco Vidal está recogido en el libro de lectura de 8º. de EGB, DELTA-8 de José González Torices y Socorro y Urbano Pardo Agúndez, publicado por la Ed. Everest, León, 1990)
El montaje dirigido por Martín Gómez Curletto está reseñado en:
ü      Una ‘Relación de destacadas puestas en escena de la obra de Calderón en el siglo XX’ adjunta al catálogo realizado por José Mª Díez Borque y Andrés Peláez para la exposición "Calderón de la Barca. Siglo XX", en el Círculo de Bellas Artes de Madrid ; 2000.
ü      Puesta en escena y recepción del Teatro Clásico y Medieval en España (Desde 1939 a nuestros días)’; autor: D. Manuel Muñoz Carabantes; tesis dirigida por Dr. D. Luciano García Lorenzo; Un.Complutense, Fac. Filología, Dep. Filología Hispánica.; Madrid, 1.992