De palique con Kike 2

(Artículo publicado en revista ‘Ñaque’, Ciudad Real (España); nº. 9, abril 1999)



EL ESCENARIO,  LUGAR DE REFLEXIÓN
EJERCITAR  EL  PENSAMIENTO
MIENTRAS  SE  ENSAYA

                        Kike, interrumpo mi trabajo para escribirte. Mis pesquisas han dado su resultado: acabo de recibir una copia de la obra de teatro que daba por perdida. Me la envía Mony Hernández desde Salamanca. Se trata de una fotocopia de una copia en papel carbón, con sus tachaduras y vacilaciones; cosa normal en aquella época. Data de 1.971 y a partir de ella,  en mayo de 1.982 se puso en marcha una lectura y posterior coloquio en el Instituto de Bachillerato de Béjar dentro del "Aula de Teatro Astrolabio", organizada por Miguel Cobaleda que es el marido de Mony; de ahí la recuperación. Miguel Cobaleda es escritor, profesor de instituto y autor de teatro - autor, autor de verdad, no como yo-  y cuentacuentos excelente y Mony ha dirigido y participado de mil maneras y con diversos cometidos en la puesta en escena de muchas obras de teatro con varios grupos de Salamanca (Antares, Alquimia.. ), ha realizado muchos montajes escolares  y ha contribuido a experiencias tan interesantes como la que se ha llevado a cabo durante varios años en el Psiquiátrico de aquella ciudad, en donde un grupo formado por pacientes y profesionales, mitad y mitad, ha montado como mínimo tres obras de teatro, que yo sepa. ¡Cuántas personas casi anónimas sostienen con paciencia el teatro, mientras liban su néctar maravilloso como aquel que no quiere la cosa! Gracias a gente así he podido recuperar mi obra.
                        Es una obra loca, escrita al final de ese primer tramo de mi historia de militante cultural que te explicaba en mi anterior carta-artículo, a lo largo del cual escribí algunas piezas de teatro con la pretensión de que fuesen representadas. Algunas lo fueron; esta no, por supuesto, ni tenía ya esa pretensión, como podrás comprobar al leerla. La que tienes en tus manos es la historia original, tal cual; ni la corrijo ni me atrevo. Ahora, en estos tiempos y con mi experiencia, algo la arreglaría, quizás la estropeara. En cualquier caso, la volvería a firmar.
                        Dicho esto, retomo uno de los temas que dejé en el tintero en la carta-artículo anterior. No quiero que se quede en la cuneta por aquello de ir a por uvas... Siguiendo con el asunto de autor si, autor no, y emprendiéndolas con el teatro escolar para acabar quizás en el teatro para adultos, te diré que uno de los aspectos que más me preocupan es, sin duda el de la actitud que promueve la actividad teatral en la escuela según sea enfocada esta actividad en relación al tema que nos ocupa, el de autor si, autor no. Permíteme Kike, que sea, que continúe siendo un poco -sólo un poco- iconoclasta, como cuando nos conocimos hace casi treinta años; aunque quiero dejar bien claro que, pese a la controversia que voy a plantear, doy testimonio de  mi reconocimiento a cuantos no piensan como yo y se han entregado durante años a las técnicas que han desdicho en cierto modo el lugar que en el teatro debe ocupar el autor, ya que muchas de estas técnicas, la mayor parte, han venido a significar un sincero e importante avance en todos los planos del teatro. Han representado la convulsión necesaria para aquella antigualla de teatro al uso; lo han renovado casi todo y han proporcionado una bocanada de aire fresco que ha barrido aquel teatro de declamación ostentosa y recitativos interminables en el que en muchos casos había caído la práctica más habitual del arte escénico. Vaya eso por delante; pero ello no quiere decir que algunos de sus planteamientos, sobre todo cuando son maximalistas y excluyentes, no contengan más de un error que les habrá conducido seguramente a perder el norte en algunas facetas de sus razonamientos. Es por ello, por lo que ahora me permito comentar un aspecto más sobre el espectáculo colectivo; sobre todo, porque depende de qué partido se tome en este asunto, se estaría contraponiendo a la utilización del texto teatral.
                        Mira Kike, voy a partir de lo que te dije la última vez. Te expuse mis dudas acerca del canto a la libertad que abanderaban los partidarios a ultranza del montaje colectivo y cómo mis dudas se habían transformado paulatinamente en recelo, llegando a exponerte luego algunas de mis vivencias en este campo, aquellas que me llevaron a entender que la cuota de influencia de profesores y compañeros más brillantes podía resultar sofocante en este tipo de montajes en la escuela y, por extensión lógica, más aún en el teatro de adultos, donde las pasiones suelen ser más incontrolables, aunque pudiera parecer todo lo contrario. No digo que quedara resuelto todo lo concerniente con este asunto en función de los argumentos que aduje en la carta-artículo anterior, pero no vamos a intentar entrar de nuevo en este castillo por la misma puerta. Metámonos ahora por una portezuela que nos permita observar la actitud que comportan una y otra manera de enfocar la actividad teatral en lo concerniente al tema autor si, autor no que nos ocupa.
                        Al grano: lo que me preocupa de la labor que se ejerce, en el seno de un grupo que busca y construye su propia idea para expresarla, es precisamente eso, que busca y construye su propia idea y la considera el objetivo más importante y eso posiblemente es, aunque diluido en una actividad colectiva, un planteamiento que fomenta la actitud individualista. 'Lo nuestro', al margen de cuanto contenga de 'mío', si no es 'lo mejor' para construir 'nuestro espectáculo', lo parece o, cuando menos, 'nos' resulta suficiente como para no tener que acudir a una propuesta externa al grupo. Todo se intentará resolver 'entre nosotros' y, en cualquier caso, de algún modo ha de constar que la concepción es genuinamente 'nuestra', del grupo que la ha engendrado, aunque, como te decía en la carta-artículo anterior, hay cierta descompensación en ese atribuirse como 'nuestra' alguna parte tanto de lo concebido como de lo construido, ya que creímos descubrir en el resultado final un mayor peso de los pareceres y de las aportaciones hechas por el responsable de la actividad.
                        Mientras, en el otro lado, en la práctica del texto, la más antigua del teatro al uso, profesores y alumnos -conscientes o no- estaban metidos en una labor algo más humilde, la de comprender una idea ajena y expresarla como mejor la hubiesen entendido. No siempre bien, a juicio del observador perfeccionista, pero el gesto, la voz, la expresión que se han empleado iban dirigidos a desentrañar una propuesta en forma de guión que han estado montando, enriqueciéndolo con su propio punto de vista, pertenezca el texto a un autor reconocido y contribuyendo, por tanto, a mantener los escarbillos de nuestra cultura o de autor novel o de escasa enjundia, contribuyendo entonces con cierta probabilidad a prender la llama de la renovación y enriquecimiento de nuestro acerbo.
                        Para mí, Kike, que el ejercicio de la expresión equivale al final del proceso de comprensión, a su culminación, pero sin haberse salido aún de él, a la vez, porque, expresando, utilicen o no alguna técnica para ello y sea cual fuere la técnica empleada, los participantes todavía están comprendiendo, desentrañando y prestándole a la experiencia emprendida el volumen definitivo con su cuerpo, con su ademán, con la mirada, con la respiración que exige la situación que estén reviviendo, ya que la propia expresión se enriquece en cualquier instante con cada nuevo descubrimiento, con cada nueva vivencia; matizando nuestro conocimiento de forma continua con las aportaciones que nos brinda constantemente nuestra propia expresión.
                        ¿Te acuerdas de aquel artículo que me publicaron en "La Bicicleta" en diciembre de 1.988? Lo titulé "¿Pero qué gana mi niño con todo esto?" Sé que lo leíste en su día y que lo leyeron también algunos de los que te rodean. En él relataba lo que le había respondido a la madre que formuló esta pregunta en una asamblea de padres de un colegio. "¡Aprender a leer, señora!" fue la contestación que le espeté en aquel trance y es cierto o parece cierto que sea así, se aprende a leer ensayando y representando una obra de teatro, aunque después aclaraba en el propio artículo que, aparte del ejercicio de lectura que conlleva, se trata de un concepto del "leer" mucho más amplio del que se tiene normalmente: vendría a ser algo así como "leer o comprender lo que se nos ponga por delante en este mundo". Prepararnos de forma consciente y decidida para ello. En definitiva, lo que propicia la tarea de construir un espectáculo a partir de la propuesta que nos ofrece un texto teatral  es "aprender a pensar". Claro que esto de "aprender a pensar" no parece estar previsto en una sociedad que ha consentido que desaparezca la Filosofía de sus escuelas y donde parece estar en auge la conspiración de algunos docentes y padres del tipo  de la madre de "¿Pero qué gana mi niño con todo esto?" para instruir a sus niños en una carrera ferozmente competitiva, con la única finalidad de que puedan alcanzar la escasa élite que se escapará del fracaso escolar o de ser un ingeniero frustrado y en una más que carrera, galope individualista, donde el principal objetivo consiste en demostrar a cualquier precio ser el mejor.
                        Profesores y alumnos, ¿dónde los habíamos dejado?, siguen en su ardua tarea, montando pacientemente su obra de teatro, repitiendo una y otra vez la misma escena ¿Te parece mal o aburrido? A mí no, porque lo que están haciendo no es otra cosa que un proceso seductor, el de la elaboración y reelaboración del concepto que sostienen acerca de la escena que están construyendo con su labor interpretativa; es decir que se dedican en cuerpo y alma a comprender aquello y lo hacen apoyados en todos sus elementos y recursos expresivos intentando convencerse unos a otros de que por fin, en algún momento del ensayo, han alcanzado un nivel aceptable por hoy y lo han estado haciendo de manera amena o, por lo menos, interesante, fascinante a veces. ¡A quién se lo he ido a explicar yo! ¡Cuántas veces habrás tenido tú el privilegio de vivir esa plenitud, mezcla de satisfacción y cansancio! A este ejercicio continuado de repeticiones, de elaborar y reelaborar, de volver sobre la misma escena para perfeccionar nuestro conocimiento acerca de ella, nos vamos a referir bastantes veces a lo largo de este comentario; de aquí en adelante lo llamaremos "proceso de reelaboración cognitiva".
                        Lo curioso de este proceso de reelaboración cognitiva es que se corresponde exactamente con uno de los mecanismos de nuestro pensamiento y que se ejecuta de manera metódica, dentro del indiscutible cariz de diversión que presenta: perfeccionamos continuamente nuestros conceptos comparándolos con la idea que sobre el  mismo concepto teníamos hasta el momento de la comparación. De hecho, poco existiría para nosotros, para nuestra mente, si no tuviese la posibilidad de contraste, de comparación.
                        El niño o el adulto -lo mismo da- ensayando una escena de una obra de teatro se detiene, reflexiona y perfecciona. Es probable entonces, que una de las cosas importantes que estemos enseñando y ensayando, sea un mecanismo del pensamiento, un eslabón de su proceso, cómo realizarlo, cómo adquirirlo, y que encima lo estemos realizando de una forma divertida, interesante. ¿Conoces tú alguna actividad didáctica donde el niño admita este tipo de reelaboración tan intensa sin protestar? ¿Conoces alguna más divertida? ¿Cuando niega la eficacia o la utilidad del teatro de texto, es consciente quien lo haga de la existencia de este proceso, de su importancia y de que lo está negando? ¿Es mejor lo que propone? Esas son preguntas que se debería contestar antes de persistir en la ojeriza.
                        He subrayado la palabra ensayando con toda la intención, ya que se trata de un comportamiento que se ensaya una y otra vez e inadvertidamente, al tiempo  que se está ensayando el texto, los gestos, etc. Invoco ahora de nuevo, Kike, el recuerdo de tus sensaciones. Al fin y al cabo, de algo te ha y nos ha de valer tu condición de ser un zorro viejo en el territorio de las bambalinas y proscenios y de su aplicación en el mundo escolar. Cierra los ojos y evoca. ¿Recuerdas cómo cambiaba, tras cada ensayo, la imagen, el concepto que te habías forjado sobre el personaje que estabas interpretando y su historia, su entorno? Algo de todo eso cambiaba, desde luego, pero esfuérzate algo más, por favor, y reconoce que, durante el mismo proceso, algo más tuyo, más íntimo, más allá de la idea que te estabas forjando acerca de la obra, se estaba transformando en ti. ¿Recuerdas este sentimiento de implicación en el proceso que te intento describir? Estabas tan metido en el proceso de elaborar y reelaborar que, casi sin darte cuenta, algo tuyo se estaba mudando también. Más allá del perentorio ensayo de una escena determinada, desde una perspectiva más general, estabas ejercitando tus propias capacidades y transformando tus conocimientos.
                        Desde esta perspectiva, la interpretación es un proceso dedicado a perfeccionar nuestro conocimiento del personaje y su circunstancia, que permite el ejercicio metódico de nuestra capacidad de comprensión y que va desde la primera lectura hasta la última función, a partir de donde se transforma en actuación por la que el actor nos intentará demostrar el grado que ha alcanzado de comprensión, incorporando a lo largo del proceso tanto los nuevos elementos adquiridos sobre el personaje, situación, historia, etc., como los hallazgos y recursos expresivos consolidados durante la aventura de ensayos y  puesta en escena, proponiéndonos en cada oportunidad un nuevo estado cognitivo. El actor elaborará durante todo este tiempo su conocimiento acerca de su papel y su entorno y construirá este conocimiento a través de todos sus recursos expresivos. La interpretación es pues un proceso de enseñanza-aprendizaje, lo que para nosotros, Kike,  los equilibristas del teatro, es quizás lo más importante; proceso formativo que está relacionado con dos frases hechas muy comunes que se complementan entre sí: 'meterse en piel ajena' y 'póngase en mi lugar; proceso cuyo final, dentro del fascinante ejercicio del arte dramático,  es la actuación, único rescoldo del que  normalmente podrá disfrutar el espectador, si es que decidimos representar al público nuestro montaje. Pero estas últimas observaciones constituyen tema ya para otro comentario, sigamos ahora ciñéndonos al tema.
                        Y habíamos quedado en que la reelaboración cognitiva en los ensayos de teatro a la que nos hemos estado refiriendo es ese proceso con el que sometemos de forma amena y constante nuestro concepto acerca de un personaje, entorno, historia... a través de los ensayos en un continuo ejercicio de comprensión de una propuesta... Entonces, tanto mejor que sea externa al grupo, elaborada por mente ajena -un texto teatral, ¿por qué no?- y que no sea, si puede ser, del todo abarcable, que siempre quede algo por comprender; por donde pueda cabalgar el parecer de cada cual, como pasa normalmente en la vida real, donde nunca nada o casi nada se llega a comprender del todo, como si nada fuese completamente cierto o, por lo menos, como si reinase en nuestro mundo una gran dosis de relatividad. Kike: ¿no te da la sensación de que en este territorio del conocimiento es bueno levantarse de la mesa con un hueco por llenar en el estómago  del convencimiento?
                        Un acontecimiento teatral en Barcelona viene a ayudarme en mi reflexión, por lo menos, en esta última parte. Se trata del montaje de 'Taking sides' de Ronald Harwood por el grupo EL TALLERET DE SALT,  bajo la dirección de Ferran Madico y con el título en catalán de 'Prendre partit'. Esta obra, cuyo original fue estrenado en Londres, en 1.995 bajo la dirección de Harold Pinter, se centra en el proceso que se siguió en 1.946 contra el prestigioso director de orquesta alemán Wilhelm Furtwängler por su colaboración con el régimen nazi. Habrá que tener en cuenta aspectos contradictorios, como que Furtwängler nunca perteneció al partido y que, además, prestó su ayuda a músicos judíos, aunque no es quizás lo más importante para lo que estamos tratando. El juicio, presidido por el comandante Steve Arnold intentaba establecer la culpabilidad o inocencia de Furtwängler, la obra de teatro, no, al menos, no es lo que más interesa, según indica el propio Madico:  "La obra es una batalla dialéctica entre dos mundos que encarnan, respectivamente, el comandante americano y Furtwängler. Y es también una reflexión sobre la relación entre el poder y el arte."... "Me interesa más que el personaje real de Furtwängler lo que él nos permite decir y reflexionar en el escenario." Va, desde luego, mucho más allá de la comprensión de un concepto rotundo y excluyente, no intenta constreñir una personalidad tan compleja como la de Furtwängler y su entorno y deja el espacio suficiente para entender mejor una permanente dialéctica entre mundos (autocensura, compromiso, etc. etc. etc.). Hay que ir a verla, pienso yo.
                        No debemos olvidar, antes de concluir esta sesión de palique que hemos mantenido en el día de hoy, otra cuestión sorprendente: este proceso de reelaboración cognitiva que comporta el ensayo y puesta en escena de un texto teatral, se ha estado repitiendo desde los albores de la escuela, sin que probablemente la escuela haya sido consciente de ello y sin haberse aprovechado en una medida aceptable de los recursos formativos que, sin lugar a dudas ofrece este fenómeno cultural, para acabar poniendo en duda su eficacia e intentar relegarlo. ¿Sería consciente la escuela tradicional, la de nuestros padres y abuelos, de que con sus ensayos teatrales estaba ejercitando el pensamiento de manera tan intensa o le pasó por alto?
                        Un niño -o un adulto ¡qué más da!-, ensayando su papel, quizás esté haciendo otras cosas, pero lo que es seguro es que está dedicando su empeño a volver a las mismas palabras, a idénticas situaciones para perfeccionar, para mejorar con su tono de voz y timbre, con su propia actitud, su ademán , sus gestos el grado de comprensión, lo hace con su expresión (por eso es tan importante la incorporación de la nueva línea de investigación del teatro aunque parezca contradictoria con la labor del texto teatral), con ello practica, de manera más metódica de lo que parece a simple vista, el proceso de reelaboración cognitiva de que hemos hablado y lo hace de forma creativa, crítica y audaz.
                        Creativa, porque suele implicar  en ello su personalidad, todo su talento, todos los conocimientos y recursos de que dispone,  ejercitándolos y poniéndolos a prueba, al servicio de su ideal artístico y los de quienes le ayuden en esta tarea.
                        Crítica, porque, a través de sus elementos y recursos expresivos, nos devuelve constantemente un resultado de su tarea de comprensión que siempre es distinto al presumiblemente planteado en el original; removiendo inevitablemente con su criterio y su aportación el preconcepto atribuible al guión inicial, aunque sea atribuible al mismísimo Calderón de la Barca.
                        Y audaz, porque lanzarse en ese excitante vacío, removiendo sin demasiadas pretensiones pero con total contundencia y sin contemplaciones, es propio de locos, de niños o de gente de teatro. Claro que poca gente más puede disponer de semejante oportunidad.
                                                                                                Miguel Pacheco Vidal